miércoles, 16 de agosto de 2017

NUESTRO MASOQUISMO

Las 6 de la tarde. Oigo desde mi casa lo que, con el mismo ingenio con que llamamos Contador a cualquiera que sube una cuesta en el camino de Puertolope, apodan la Castellana.
Suenan todos los éxitos que nos atormentan en radios y televisores, y a veces ni siquiera eso, sólo incomprensible bazofia y chumba chumba, que se escuchan fuerte o atronador en mi patio, según la intensidad del viento.
Unas veces llega el estruendo solo y otras ribeteado con  aullidos de la jauría o el animador del micrófono, que debe ser tipo muy divertido y musculado.
Eso por la tarde, pero el jaleo es especialmente turbador de madrugada, a las 6 de la mañana, digamos. A esas horas, entre los vapores del sueño, yo ya no sé si el ataque llega por oriente o por poniente, o si la turba está acampada en la Huerta del Gallo o en las eras de San Cristóbal, hasta que despierto y caigo en la cuenta de que es nuestra simpar Castellana, y en 15 minutos me voy a trabajar.
Dicho ésto con el máximo respeto, porque hay que divertirse, y cada uno, yo incluido, elige el masoquismo que prefiere.

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