lunes, 12 de octubre de 2020

BODAS DE CAMACHO

Estamos en Villarrobledo, en el año 1614. La bella Quiteria se casará mañana con el rico Camacho. Sale de casa, hace calor. En unos días se iniciará el verano. El casamiento vendrá bien a su familia labradora, que no anda sobrada de reales, pero ella recuerda a Basilio, el chico del pueblo con el que paseaba desde niña. Necesita olvidarlo. Necesita rezar en el convento de San Francisco. El convento se construyó antes de que ella naciera sobre la vieja Iglesia de Santa Quiteria, levantada en 1450. Ella se llama así en honor a la santa, como su abuela y su tatarabuela, y muchas otras mujeres del pueblo. Antes de entrar al convento ve por las calles carretas con tinajas y medias tinajas atiborradas con los panes, los quesos, las liebres, las gallinas, carneros y lechones que se ofrecerán a los mil invitados de la celebración. Todo el pueblo está excitado con el evento. Aunque el Corpus ha pasado ya, el ambiente es festivo. Al menos un miembro de cada familia tomará parte. Habrá más de cincuenta cocineros, doce labradores sobre corceles, veinticuatro zagales danzantes, otras tantas doncellas bailadoras y ocho ninfas para hacer sus representaciones. Ya la música se escucha en los prados del norte. El pueblo está en una época de esplendor, es el granero de castilla, y vive gran avance social y demográfico, con casi diez mil habitantes. No solo la industria tinajera crece, también otros muchos gremios, incluso el de quienes se dedican a las artes florece. Quiteria aún no sabe que sus rezos serán atendidos en una truculenta peripecia en la que participará un forastero caballero llamado don Quijote. De la que no doy más detalle por si a alguien le apetece leerla. 

Hace unos meses fabulaba yo con la posibilidad de que las quijotescas bodas de Camacho se hubieran celebrado al pie de mi ventana, al norte de Villarrobledo. El tiempo que cabalgaron, con las monturas que llevaban, las direcciones en las que lo hicieron, primero hacia el noroeste buscando Zaragoza desde El Toboso, y más tarde hacia el sur, hacia la cueva de Montesinos, descansando unos días en la casa-castillo del caballero del verde Gabán, pudo perfectamente haber traído a los protagonistas hasta Villarrobledo, el único lugar en la zona en condiciones de soportar un evento con una gigantesca infraestructura, un lugar con tradición de Quiterias, con una iglesia en el actual parque de Joaquín Acacio erigida a su advocación, y con una amplia industria tinajera. No era, por tanto, una simple boutade. Se trataba en realidad de una conclusión plausible tras una lectura en clave geográfica de los primeros capítulos de la segunda parte del libro. Es necesaria, eso sí, una cierta dosis de voluntarismo, de querer que de la lectura se desprenda que finalmente las bodas se celebraron en Villarrobledo, pero en mi opinión no más que el voluntarismo que hace falta para llevarlas a otros sitios, que por razones que no acabo de entender (o sí) han contando con mejores propagandistas. Por supuesto, otros antes que yo, un voluntarista lector aficionado, concluyeron esto mismo. El más importante, Juan Antonio Pellicer, zaragozano, biógrafo y cervantista español del siglo XVIII, académico de la Real Academia de la Historia, autor de uno de los dos itinerarios confeccionados en el siglo XVIII que sirven de base a todas las especulaciones serias que se han hecho después. Hay incluso una mapa francés de 1821 que ubicó en nuestra ciudad las Noces de Gamache, del Chevalier de la Triste Figure. En realidad la pugna entre los pueblos por ubicar los episodios del Quijote durará mientras dure el interés por la obra, porque ya se encargó Cervantes de dejar innominados la inmensa mayoría de ellos y provocar el debate.