jueves, 25 de mayo de 2017

BERNARDO



En el 87 Bernardo me dio matemáticas en el Instituto. Hago memoria. Intento recordar en qué momento de su vida estaba, y descubro que tenía solo cuarenta años, pero había tenido tiempo de encabezar la candidatura del PCE al Ayuntamiento en el 79, de haber sido primer teniente de alcalde en 1983, diputado regional con el PSOE en las primeras Cortes Autonómicas, y se disponía a encabezar la oposición al gobierno de Alianza Popular.

Una andadura dilatada ya en política que no le había alejado, más bien al contrario, de su vocación docente. Quienes dejaron temporalmente de enseñar en aquellos tiempos -para dedicarse a la política- relacionaban su vuelta a las aulas con un retorno a la cordura, el regreso al paraíso de las cosas sencillas y fecundas, a la vocación verdadera, a los horarios que permiten el ocio y la familia. Bernardo puso fin al alejamiento en el 95, cuando esa Ítaca de chicos y profesores, de estudio, de poesía y matemáticas, de tiempo para su mujer y su familia, se le impuso de modo irreprimible.
En el 87, sí, me dio matemáticas. Cogía la tiza, escribía lenta y continuadamente números con delectación. Planteaba los problemas y hacía el razonamiento avanzar hasta que apareciera naturalmente la solución, entonces concluía con su palabra fetiche: evidentemente.
Ponce y yo llevábamos una documentada estadística de los “evidentementes” que Bernardo decía por clase. Como no existía Excell el trabajo requería esfuerzo de artesanos. Durante la clase recogíamos los datos. En el recreo, mientras el resto de los chicos jugaban al guarrigol nosotros procesábamos la información. El viernes analizábamos la semana y pintábamos gráficamente la evolución.
Cuando se lo contaba se reía a carcajadas, pero detrás de su barba había también un pudor retrospectivo y un ¡vaya par de cabrones!
No sé dónde estarán ahora esos cuadernos, por así decir, de matemáticas, llenos de tablas de datos y gráficos. Sí sé que aquel ejercicio de análisis que hicimos del profesor nacía de la fascinación que los números escritos por Bernardo derramaban como polvo de tiza.
Bernardo me convirtió en un chico de letras al que atraían las matemáticas y de algún modo me dejó, como corolario de su evidentemente, un aprecio duradero por lo científico, por la duda, un rechazo al arbitrismo, a las explicaciones demasiado fáciles para problemas complejos, y a exigir, como decía Carl Sagan, pruebas extraordinarias a afirmaciones extraordinarias. Una mínima aritmética de las cosas facilita la convivencia.
Era un orador magnífico, ilustrado, hondo. Su discurso traslucía la timidez de su carácter. Atrapaba al auditorio por lo que decía. Trataba al elector con el respeto intelectual que merece. Como dejó la política hace 22 años es muy posible que quienes hoy se sientan en el salón de plenos no lo conocieran -dejo al margen alguna excepción-. Hubiera sido su despedida una buena ocasión para defender genéricamente la actividad política.
Participó decisivamente en dos periodos cruciales en la vida democrática de nuestra ciudad: los primeros ochenta, cuando se dignificó la vida en los barrios, asfaltando y alumbrando esos oscuros barrizales que él bien conoció de niño; y los primeros noventa, en los que se modernizó la ciudad.
Paseaban Cari -su novia, decía- y él cogidos del brazo siempre como si acabaran de conocerse. Se compraron un coche grande, que les permitía incluso dormir en él mientras viajaban. Había algo permanentemente joven en sus costumbres, que nunca les abandonó. Han dado mucha envidia. 
No dejó de dedicarse a lo público. De algún modo el tiempo que estuvo de director de su Instituto le sirvió para mantener en forma el instinto de persona comprometida. Fue su ocupación hasta la jubilación. Después lo fue su enfermedad. Entretanto organizó un reencuentro de antiguos alumnos del Bachiller Laboral del Instituto Virrey Morcillo, haciendo de anfitrión pese a sus mermadas facultades, y tuvo ocasión de recibir el cariño de compañeros entrañables. 
El mismo cariño que recibió en su despedida, un emotivo acto con la poesía y la música que le gustaban, y con la familia y los amigos, a los que temprano nos lo arrebató la vida desatenta.  
Somos destellos en un inmenso vacío. Me pregunto por qué si tan fútil es nuestra existencia desarrollamos un impulso moral. Qué necesidad tenemos. La trayectoria de Bernardo y su comportamiento público y privado evidencian esta fabulosa paradoja.
  









No hay comentarios:

Publicar un comentario