viernes, 9 de diciembre de 2011

LA MODA

La austeridad está de moda. Se ha colado en nuestras conversaciones.  Los políticos, los banqueros, los deportistas, el tesorero de la comunidad, todos, los tenderos, los panaderos, los viejos en la plaza, el presidente de FEDA, los presentadores y las amas de casa hablan de las austeridad. La austeridad nos interpela, nos subyuga, nos hace suyos.
El diccionario de la RAE la define como la mortificación de los sentidos y las pasiones. Según esa fuente lo austero es severo y ajustado a las normas de la moral, es sobrio, morigerado, sencillo y sin alardes. Es agrio, astringente o áspero al gusto, retirado, mortificado o penitente. Ahora esto es lo más. Es lo que nos hace gustito.
Las tendencias o los gustos son pendulares. Pasamos de la sencillez neoclásica al recargamiento barroco, de la exaltación romántica a la psicología realista. Y la historia y el arte así estudiados cobran sentido. Es el hartazgo de lo antiguo. En este caso de la opulencia, el consumo o el lujo.
Austeridad viene de absentia, de abstenerse, de privarse. Pero, según esto, de qué puede privarse a un beneficiario de la dependencia, o a los chavales con minusvalías físicas o psíquicas que reciben apoyo específico en su centro educativo, o los señores mayores que tratan de agarrarse a una existencia digna en algún centro socio-sanitario. ¿De qué privilegio previo se les pretende apear? 
Hay quienes se dieron de bruces con la moda triste del realismo sin haber sido invitados por Chateaubriand a surcar los mares. A quienes fue indiferente la supresión de la monarquía absoluta o la promulgación de la Declaración de los Derechos del Hombre tras la Revolución Francesa, porque continuaron viviendo más pobres que las ratas y hay quienes van a comprobar cómo, en nombre de la moda, esta España constitucional se convierte en pura palabrería.

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