jueves, 31 de julio de 2014

JOYCEANDO

A veces, pero solo a veces y por poco tiempo, siento que ha desaparecido el mundo al que pertenezco. Un mundo en el que mi abuela Concha cose en su máquina Singer y el Lolo remueve el chispe en la estufa. Un mundo en el que mi padre sube de cuatro en cuatro las escaleras de casa al volver del Instituto y la Mariana reniega porque se ha hecho vieja. Ese mundo de tiempo dilatado que está en nuestro pasado y que a veces, solo a veces y por un rato, siento que es mi mundo, y que en algún lugar, al volver una esquina o  al hundir los dedos en una cortina se me aparecerá  de nuevo, y será un feliz reencuentro para mí y para ellos, y me sumergiré en él de nuevo, como nunca debió dejar de haber sido. Y subiré en el coche que conduce mi padre porque es domingo por la tarde y hay que ver el fútbol en el Lorenzo. Y sortearemos a mi abuela y a la tía Lola que a duras penas pasean del brazo mientras se cuentan cosas en su idioma. Y sólo brevemente regresaré al colegio con don Rafael, que nos prometió terminar nuestra primera clase de inglés en sexto sabiendo decir yo soy un chico, I am a boy - allá me voy, para recordar -. Y en el recreo saltaré los muretes redondeados que franqueaban el pasillo lateral y descubierto del colegio, y veré a don Ángel, que me tenía bien enchufado. Y al volver a  casa veré a la Alfonsa y la Encarna o a Ángel charlando en la calle y golpearé los llamadores dorados de mi casa que parecían pendientes gigantes. Ese mundo, del que estoy desterrado, que sigue aconteciendo en algún sitio, de modo natural, siendo posible el azar, la suerte o el infortunio, como en éste, sin la viscosidad de la nostalgia, y que está quizás tras una esquina o una cortina. Pero eso es sólo a veces y por poco tiempo

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