domingo, 30 de marzo de 2014

RECUERDOS

El miércoles el Alcalde me llamó y me anunció que iba a elevar al Pleno una propuesta para que la Avenida del Oeste pase a ser la Avenida Alcalde Francisco Segovia. Lo agradecí sinceramente. Consideré que era un reconocimiento merecido. Y sigo creyéndolo. Y pienso que no habrá problemas para que la propuesta sea apoyada de modo unánime.

He pensado mucho en estos días sobre ello. Este tipo de recuerdos, tan perdurables, recuerdos que nos sobrevivirán a nosotros y a nuestros hijos y no sabemos a cuántas generaciones más hacen que quienes los otorgan se conviertan por momentos en pequeños dioses que extienden su mandato hacia la posteridad.
 
Una posteridad en la que de algún modo se instalará el nombre de mi padre. Su nombre, que no él. Un nombre que permitirá a quien no lo conoció clasificarlo, etiquetarlo, idealizarlo. Los que lo conocimos no podremos dejar de sentir perplejidad porque casi siempre las hazañas de quienes han merecido reconocimiento han sucedido lejos de nosotros.

Y me doy cuenta, dramáticamente, de que esta visión lejana, la de una inscripción en una calle, será la de mis hijas. Quizás Sol, que tenía seis años cuando murió su abuelo, pueda tener algún recuerdo propio. Y quizás, también, por eso,  cuando vislumbre a su abuelo en esa mezcla de realidad y sueño con que nos aparecen las cosas que nos pasaron en la primera infancia, sabrá que su abuelo fue, pese a todo, un hombre que, por mucha inscripción que tenga, fue falible, porque de cuando en cuando se equivocaba, fue extraordinariamente crédulo y confiado, como los niños, poco dotado para esa divina cosa que es el humor, y muy dotado, tristemente, para desprenderse con preocupante liberalidad de sus propios éxitos, como si no le hubiera costado nada conseguirlos.

Será responsabilidad mía que sepan que su abuelo fue cariñoso, protector, humilde, soñador – a veces en exceso - y vitalista. Que cuando murió su patrimonio más elocuente era su cultura, y desde luego no el dinero ni las propiedades, como es obvio. Que hizo acopio de esa cultura en el primer tercio de su vida. Que no estaría mal que ellas lo vieran en esto como ejemplo.

Quiero que mis hijas sepan que si en nuestra casa se cuida la manera de escribir o de hablar es también, en gran medida gracias a él. Y esto, que puede parece una tontería, es la base del pensar y del actuar.
 
Deben saber que si nos preocupa nuestra reputación o lo que digan de nosotros es porque a él le preocupaba. Que es por él si no nos precipitamos en los juicios. Que si no nos interesa en absoluto lo que se cuece en las casas de los demás de puertas para adentro es por él. Que si les sale una vena sobria y aseada, poco dada a la gula y aficionada al justo término, probablemente sea por él.

Y quiero que sepan, cuando vean su nombre en la calle, que si somos empáticos, que si  solemos dar las gracias, que si respetamos al otro y no vamos por ahí escupiendo palabras que humillen a los demás es, en buena medida, gracias a él.

Pero ellas ya se irán dando cuenta.

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