DISCURSO
DE INVESTIDURA PRESIDENTE DIPUTACIÓN ALBACETE.
Francisco Segovia Solana. 21 de Julio
de 1999.
Excelentísimo señor Presidente del Gobierno
de Castilla La Mancha, excelentísimas e ilustrísimas autoridades, queridos
compañeros de corporación, medios de comunicación, amigas y amigos.
Hace veinte años se alzó por primera
vez mi voz y mi palabra en esta casa. Lo hacía entonces como portavoz del grupo
del grupo socialista también en la toma de posesión de la primera corporación
provincial una vez aprobada la Constitución de 1978. No recuerdo, es obvio, la
materialidad de aquel mensaje. No existía este edificio, sino el salón de
plenos del palacio. Oidores indelebles sus muros vienen acatando prudentes y
curiosos promesas y propósitos que juegan en sus rincones y escapan vehementes
sus ondas por hilos invisibles hacia los pueblos pacientes y celosos de nuestra
provincia.
Qué diría yo aquel día. Estaba de pie desde
mi escaño. Mis palabras provincianas, jóvenes, nerviosas, se desplazaban indiscretas
entre los asistentes. Estaba usted, señor presidente, otrora diputado a Cortes,
también más joven y gracias a dios, ya no somos tan jóvenes.
Ahora dejamos que los jóvenes inventen su
propia juventud. A nosotros nos la inventaron. A nuestro pesar, nos la
inventaron. Quizá por ello, con todo, la vivimos cada día. Vivir, decía un
poeta, cuyo nombre no recuerdo, que su fuerza está en las dos íes, agudas,
bulliciosas, y en ese batir de alas, en el vuelo de esas dos uves, como dos
aves magníficas. Vivimos ahora desde la modestia, el pudor de ser mayores, y el
amor. Ojalá, amigas y amigos, aprendamos a utilizar y alentar esta palabra
en la política, que parece proscrita del lenguaje que utilizamos. Y si del
lenguaje eliminamos o evitamos la palabra amor eliminamos o evitamos un campo
semántico que le da sentido a la vida y una parte importante de la vida es la
política.
Pero estaba hablando de aquel discurso de
hace veinte años y he derivado por necesidad en la juventud. Hoy la moderna
sociología dice que la juventud es sólo una institución. Y será verdad, pues la
juventud como cualquier otra institución, por antañera que sea, andando el tiempo la modernidad
la llama a desaparecer. Queda el espíritu que, sin duda alguna, podemos contar a nuestros
hijos.
Ya decía un gran pesimista clásico, Mateo Alemán, que la juventud
no es la edad sino un estado de ánimo. ¡Cómo me gusta la actitud de los
clásicos! Si en vez de pesimistas hubieran sido optimistas la vida hubiera sido
quizás de otra manera, pero no hubiéramos gozado El Guzmán de Alfarache, no
hubiéramos conocido al Buscón llamado don Pablos ni nuestra vista se hubiera
extasiado con la puerta barroca de San Blas en Villarrobledo, o algunas otras
en Chinchilla, Almansa, Hellín. Pesimistas y todo me gustan los clásicos,
porque ellos nos llevaron a la Ilustración, que, al cabo, nos ha instalado en
la vida que llevamos.
Ciertamente no recuerdo qué dije en aquel
discurso primero, pero a la altura y sentido de éste no sé si quedarme con
Voltaire o Rousseau y me gustaría decíroslo para saber por qué escalera subimos, aunque sin desprenderme de
nada, el peldaño más firme es una mezcla de razón y voluntad que nos hace
cotidianamente emisores y receptores de una moral que en el alma duerme y en
las cosas sueña.
Estoy seguro de que en aquel discurso intenté
ser ideológicamente puro, faltaría más. Quizá tuviera que demostrar algo, o a
mí me pareciera, aunque en honor a la verdad siempre de mí han recelado los que
a mi izquierda o a mi derecha se colocaban. Claro, que en una reunión de mi
partido, cuando dije que no dejaba de ser un pragmático evolucionista alguno
después me preguntó que qué era eso y algo le respondí como tal: debe ser una
visión moderna de la moral cotidiana.
Una moral que informa mi vida política y
personal. Al cabo no son diferentes. Y que me lleva a tratar al de arriba y al
de abajo con el mismo afecto y bondad. Si quieren un tópico más o un topicazo,
pienso que todo el mundo es bueno. Incluso aquéllos que demuestran todos los
días que no lo son, dedicados siempre a culpar a los demás. Muestran su
ignorante abismo como pobrecitos habladores, que tan bien definió Larra. Es la
vena roussoniana, que no del todo es válida si no le aplicamos una dosis de
razón.
Por ello asumimos y contendemos por el
progreso de nuestros pueblos, siempre que vaya amparado por una iniciativa
clara para rehumanizar ese propio progreso. Porque también éste, decía Oskar
Lafontaine, sin ese atributo humanista no deja de ser una amenaza para los
seres humanos inmersos en la sociedad del riesgo.
Y heredero que soy del humanismo clásico y de
su cultura me siento proclive a rechazar el materialismo economicista que
siempre, en la actual sociedad, agrede inmisericorde a los más débiles, que siguen siendo la mayoría.
Como pueden observar, no puedo dejar de
moverme en una dimensión en la que reside en dura tensión lo racional, lo ético
y lo estético. Me pregunto todos los días cómo llevar toda esa fusión a una
sociedad como la nuestra, albaceteña, que se debate, aún, entre importantes señales preindustriales y la revolución de
la más alta tecnología. Se impone una clara actitud: no tener miedo al futuro y
practicar la más profunda creencia en la igualdad y la solidaridad pensando que
somos responsables políticos por la voluntad del pueblo, que elige sin
equivocarse a quienes considera que mejor puede representarlos en cada momento
y al final, ojalá así sea, a la hora de traducir los intereses que los
ciudadanos han depositado en nosotros, pues de lo contrario nos echarán con la
misma sabiduría con la que han procedido a colocarnos en el gobierno.
Responsabilidad política que desde este
momento asumimos sea cual fuere, no hago juicio alguno, la situación
administrativa de la Diputación. Eliminando por principio la judicialización de
la política, pues bastante es, así lo supongo, el trabajo de los jueces, como
para incrementar sus altas tareas con otras materias cuyo arbitraje
corresponde, en términos generales, a intramuros de la Institución y que se
salva,
además de las leyes, con el diálogo y la razón, valores y soportes que han de presidir
ineludiblemente desde ahora.
[Gracias a los diputados y las diputadas cesantes
en la Diputación de Albacete], que aparecerán en su historia como mujeres y
hombres que han ejercido sus funciones provinciales en momentos de gran
esplendor para Castilla La Mancha y para Albacete y así constará en la memoria
colectiva de esta provincia. A los ciudadanos y ciudadanas de Albacete porque
han mostrado un gran nivel de madurez democrática el día 13 de Junio.
Ahora corresponde a esta Corporación
demostrar con honestidad que sus diputados provinciales son leales
representantes de unos pueblos que aspiran a ser ejemplares en un mundo que
evoluciona con gran empeño social, económica, cultural, políticamente.
Por mi parte estaré como siempre a
disposición de todos los ciudadanos, aunando las distintas sensibilidades
corporativas, gobernando para toda la provincia sin excepción, coordinando con
voluntad firme la acción del gobierno, y dejo bien claro desde este
momento que la presidencia de la Diputación no restará ni un ápice a los
objetivos que Villarrobledo quiere y demanda y en una y otra administración que
dios me ayude para cumplir con honor las tareas que el pueblo me ha
encomendado.
Yo pondré de mi parte todo el sacrificio que
mi capacidad me confiere y sobre todo la experiencia y autoridad políticas para
defender solidariamente a la provincia de Albacete.
No sé qué diría yo en aquél discurso primero.
Ahora podré comprobarlo, pero estoy seguro de que en algo habrá cambiado.
Muchas gracias.
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