sábado, 25 de enero de 2014

EXORDIO
Introducción a Dialogismo.

Éste es un libro de poesía. Es decir, de creación. Son poemas escritos en los últimos treinta años (otros anteriores, algunos incluso buenos según decían mis compañeros del alma Jorge Caveda, Gonzalo Arnedo o César Amón… con los que compartí más que estudios en la Universidad, se malograron en la borrasca de la juventud), y digo, elegidos entre más de trescientos, jamás ya verán la luz. Papel, pluma y un folio en blanco. Y un torrente de imágenes que me transportan hasta mi creencia en el ser humano. El amor. O la muerte. También a la paradoja de vivir: siempre un  camino o la presencia humana que se desplaza hasta no sé dónde. Muchas veces, la ironía, el humor me retrotraen al estado de paz que la escritura protege, incluso en los momentos más alejados de la propia poesía. Siempre permanece mi singular emoción.
A los quince años recibí un premio literario: Don quijote de la Mancha. La emoción de aquel momento aún perdura, porque quizá sea una de las pocas veces que me he sentido feliz (o joven), al menos así lo pienso tantos años después. Quizá por eso también el libro de Cervantes me ha acompañado siempre. Me acompaña. La anécdota sirve bien para explicar este impulso de la edad tardía, pero no por ello menos apasionante. Mi memoria retiene aquellos poemas primeros de juventud; los que después surgieron del existencialismo y otros arrebatos antisociales o revolucionarios que no gustaban más que a mi madre y a otros apresurados como yo, a dios gracias.
De una u otra forma, yo quise ser siempre poeta, pero nunca tenía tiempo. La época más fecunda y copiosa fue la universitaria y la más agradable la de los años primeros de profesor. Apenas, como he dicho, quedan vestigios de fechas tan apartadas. A veces, entre los libros encuentro algún poema de antaño que se interesa por mi memoria no por mi forma de pensar que, tras los avatares de la vida, está sumida en otros menesteres, que no en el olvido. Al cabo recalé en la política, noble actividad si noble quien la empeña, y olvidé la voluntad poética, no el afán o la vocación que trajinaba con frecuencia por las profundidades del alma. Cultivaba, empero, mi afición con pequeñas obrecillas, que dijo Fray Luis de León, escondidas en algún cajón de mi estudio y escritas a hurtadillas en los lugares más insospechados y sorprendentes. Como, al final, parece ser que fracasé en política (lo cuento con todo detalle en una novelita que espero que leáis en un futuro), en los últimos diez años, me he dejado llevar por la poesía que  es amiga que nunca me abandona, a diferencia de algunas otras amistades más interesadas y bastante mostrencas, predispuestas a la gabela y sumisión antes que a la lealtad.
De aquí y de allá, de otrora y agora (lo aprendí de mi abuelo paterno: hombre pobre y sabio donde los hubiera. Y esas, más otras palabras, me gustaron tanto que no desperdicio ocasión para usarlas, aunque no con la naturalidad y sapiencia con la que él lo hacía), he compuesto este librillo que reza mis intimidades y juicios. No será de provecho, pero sí oportuno por la forma y por el tiempo que perceptiblemente se aleja a otros derroteros.
La escrituro es siempre soledad. Y más la poesía. Pero intenta comunicar mejor que ningún otro género literario. Es la palabra que transforma en yo la sustancia poética. Es la voz que se oculta en lo más profundo del ser humano: puede ser una canción, una elegía, un soneto o los mismos artilugios de maldecir, sea cual sea el poema, se tratará de un secreto que se abre para que todo el mundo lo conozca, para que cualquiera entienda algo respecto de la locura del ser humano. Lo que perdura hasta el quicio de la niebla donde esperan los dioses que, como a don Quijote, librarán su alma de tamaña desmesura humana.
La poesía nos arranca de la mentira, nos acerca al dios cotidiano y nos llena de pasiones que no tienen liturgias ni algaradas. Es la voz. Y la voz cultural del pueblo, porque es expresión y compresión. Es un forma de vida y una forma especial de mirar las cosas.
Quiero expresar mi gratitud a todos los que se han interesado por este libro y, gracias a ellos, he superado el pudor que me producía publicarlo. Gracias.


                                                                                                                                                                                                 Paco Segovia


martes, 21 de enero de 2014


VINIA



Pasearé por tus oscuras calles,

por las que anduve perdido,

a veces como sombra,

otras muchas buscándote

como unidad

de mí arrancada.

 

Tu presencia acuerda vida e instinto,

aquella que acariciaba deseos

de no ser como ceniza olvidada:

ojos

manos

cuerpo.

 

                  Alma.

 

Yo quería limpiar las cicatrices

de tu ausencia en mi vida

y sólo encontré una ciudad desierta.

 

Sombras que se alargan hasta la muerte.

 

Eso sí, se distinguen, novedosos

y brillantes, púlpitos de rencor,

feroces aguijones,

del espíritu sumisos andrajos

que cultivan miserias,

mientras conciertan

exánimes boqueadas de voces.



FRANCISCO SEGOVIA SOLANA
Dialogismo